A esta ahora, hace un año, todavía estaba en el quirófano.
Antes
de la operación, durante muchos años, gran parte del día a día era
molesto, doloroso, incómodo, inexplicable, insoportable. Todo lo bueno
que me ofrecía la vida, se veía atravesado por diferentes molestias
físicas que terminaban transformándome en una persona opaca, sin ganas
de nada, sin ideas ni proyectos que pudiera realizar.
Hoy es
inevitable pensar en todo eso. Tengo que vivir con un agujero en la
panza y una bolsita pegada alrededor forever and ever, pero eso pasa a
un segundo plano si pienso en todo aquello que pude volver a hacer,
¡volví a vivir!.
Entonces, también es inevitable pensar en
esos días previos, el miedo, la esperanza, la incertidumbre... y todas
las persona que estuvieron ahí, de alguna forma u otra, acompañando como
podían. Los que no me fallaron nunca y permanecieron... y los que
aparecieron en el momento más indicado a brindar amor y solidaridad
(vos, hermanito de sangre, sos la fiel representación de eso). Mis
doctores, todos ellos (y son muchos) que siempre priorizaron a la
persona detrás de la enfermedad. Mi familia, que se comportó como
siempre, como una familia unida todo terreno. Mis viejos, pero
especialmente mi Mamu, que prácticamente estuvo internada conmigo los 20
días y sufrió y luchó el triple que yo. Mi madrinita que hizo de mamá
cuando la original tenía que descansar (oh, amor de madre, tía y
madrina, todo concentrado en una persona...)
No los voy a
mencionar a todos porque me llevaría unas cuantas horas y tengo que
ponerme a trabajar. A muchos trato de agradecérselo siempre que puedo.
Todos saben el papel importante que jugaron y que tienen hoy en día. A
los anónimos, un cariño eterno.