martes, 8 de julio de 2014

Renacimiento

A esta ahora, hace un año, todavía estaba en el quirófano.
Antes de la operación, durante muchos años, gran parte del día a día era molesto, doloroso, incómodo, inexplicable, insoportable. Todo lo bueno que me ofrecía la vida, se veía atravesado por diferentes molestias físicas que terminaban transformándome en una persona opaca, sin ganas de nada, sin ideas ni proyectos que pudiera realizar.
Hoy es inevitable pensar en todo eso. Tengo que vivir con un agujero en la panza y una bolsita pegada alrededor forever and ever, pero eso pasa a un segundo plano si pienso en todo aquello que pude volver a hacer, ¡volví a vivir!.
Entonces, también es inevitable pensar en esos días previos, el miedo, la esperanza, la incertidumbre... y todas las persona que estuvieron ahí, de alguna forma u otra, acompañando como podían. Los que no me fallaron nunca y permanecieron... y los que aparecieron en el momento más indicado a brindar amor y solidaridad (vos, hermanito de sangre, sos la fiel representación de eso). Mis doctores, todos ellos (y son muchos) que siempre priorizaron a la persona detrás de la enfermedad. Mi familia, que se comportó como siempre, como una familia unida todo terreno. Mis viejos, pero especialmente mi Mamu, que prácticamente estuvo internada conmigo los 20 días y sufrió y luchó el triple que yo. Mi madrinita que hizo de mamá cuando la original tenía que descansar (oh, amor de madre, tía y madrina, todo concentrado en una persona...)
No los voy a mencionar a todos porque me llevaría unas cuantas horas y tengo que ponerme a trabajar. A muchos trato de agradecérselo siempre que puedo. Todos saben el papel importante que jugaron y que tienen hoy en día. A los anónimos, un cariño eterno.

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